Comentario
Capítulo IX
Que trata del daño que le hacían los naturales de Atacama al general Pedro de Valdivia y del remedio que en ello puso
Estando el general Pedro de Valdivia con su gente en Atacama con voluntad de reposar allí cincuenta días para reformar los caballos y hacer matalotaje para proseguir su viaje y pasar el gran despoblado que tenían por delante, dio orden a su gente en cómo había de buscar el maíz y provisión, porque los indios naturales del valle no les hiciesen daño y les matasen los yanaconas y piezas de servicio. Y para esto mandó salir cada día al campo veinte de a caballo y veinte de a pie con sus caudillos, dos cuadrillas y a buen recaudo, a buscar maíz y algarrobas y chañares con las yanaconas, y los de a caballo y peones con sus arcabuces y ballestas hiciesen espaldas a los yanaconas y a los que buscaban el bastimento. Y con esta orden iban y llevaban por guía dos indios del mismo valle. Y de esta suerte recogieron la provisión que fue menester para sustentación, para llevar y comer en su jornada. Usando este trabajo por ejercicio no entendían en otras cosas porque en aquello tenían bien en qué entender.
Viendo los indios que estaban hechos fuertes, como arriba dijimos, que el general y cristianos no iban a buscarlos, tuvieron entendido que lo hacían de miedo, por donde acordaron salir y hacer el daño que pudiesen en los yanaconas y gente de servicio, emboscándose de noche en las arboledas que están juntas al alonjamiento y pueblo de Atacama.
Viendo esto, el general acordó poner remedio en ello. Y para remediallo convino informarse de los yanaconas y esclavos, qué tanta gente podía ser la que venía a hacer aquellos saltos y de qué parte venían.
Sabido por la información que serían cien indios y que venían de hacia un fuerte que tenían en la sierra, luego mandó el general a los que solían hacer escolta que fuesen hacia aquella parte a buscar comida, y cuando quisiesen volverse al alonjamiento, quedasen en parte oculta hasta diez de a caballo y otros diez peones emboscados en donde no pudiesen ser vistos ni sentidos, y los demás se viniesen al real. Y los que quedaban estuviesen en centinela hasta otro día, y más si fuese menester hasta hacer caza, y que los yanaconas y esclavos fuesen por aquella parte como solían a traer hierba y leña, y que se apartasen hasta media legua del alonjamiento, y que llevasen todos sus armas.
Puesta la gente en esta orden que he dicho, vinieron aquella noche hasta cincuenta indios y dieron en los yanaconas. Y como es gente los yanaconas que pelean más desenvueltamente que los indios, puesto que sean todos de un género, toman ánimo por ser más hábiles y porque reciben favor de los cristianos. Por esta causa tenían seguras las espaldas. Como los yanaconas comenzaron de pelear con los indios andando en la priesa que suelen haber en aquellos tiempos, salieron los cristianos del bosque y mataron y prendieron cantidad de ellos. Y los demás se fueron por el arboleda escondiéndose, por ser cuando amanecía y no muy claro.
Hecha esta presa, se vinieron a su alonjamiento, donde fue informado el general de aquellos indios que llevaron presos, cuántos habían en el pucaran y fuerza que tenían. Respondieron que habría mil indios y más. Dijo el general que quería enviar gente a tomarlos, de lo cual fueron admirados los indios, diciendo que era imposible tan pocos cristianos cometer tanta gente.
Respondió el general:
"No tengo necesidad de tomar vuestra fuerza por tenella yo en poco, mas, porque veáis y sepáis cuán animosos somos los cristianos y cómo tenemos en poco vuestras fuerzas pucaranes, que vosotros y ellos no estáis seguros, yo enviaré allá unos pocos de cristianos y veréis ser ansí lo que digo. También lo hago porque entendáis que sois muy malos en matarnos nuestros yanaconas y esclavos, y defendernos la hierba de los campos y la leña de los montes y el agua, que la da Dios para todos. Y no queréis darnos provisión para nuestra jornada, antes la habéis escondido cuando supisteis que veníamos al valle. Y demás de esto nos robáis nuestros ganados. Y hasta entonces no habían los cristianos, mis compañeros, muerto indio ninguno, ni queríamos ir a sus pueblos". Que mirasen bien cuán mal lo hacían y cuán culpados eran en todo.
Hecha esta habla, mandó el general apercibir a su capitán, que se decía Francisco de Aguirre, con treinta hombres y enviólos al pucaran y fuerza de los indios. Y allegados miró el sitio por donde más a su salvo podía acometerles, puesto que toda la tierra era muy agria. Encomendáronse a Dios y con la orden dieron en los indios, no mirando a su gran grita y alarido que acostumbran a dar, tirando muchas flechas y piedras, defendiendo la subida. Mandó el capitán apear los de a caballo, y él delante con todos, subieron al fuerte con mucho trabajo, por ser un cerro agrio y muy alto, y sin tener más de una vereda por donde los indios subían y se proveían y la defendían.
Duró el combate una hora y media. Y fue en tardarse al subir, porque después de verse arriba, no bastaron la multitud de los indios, ni ánimos ni fuerzas a resistir al de los cristianos, porque llegado[s] al fuerte, acometieron como españoles que eran, a una pared y la derribaron, y Francisco de Aguirre saltó por la pared con su caballo. Pues viendo los españoles a su capitán dentro, cobraron más ánimo y apretaron a los indios en tal manera, que los desbarataron y muertos y presos muchos. Salieron heridos diez cristianos. Llamóse este fuerte el pueblo de las cabezas, y así se llama por la gente que mataron allí.